16 de noviembre de 2012

LOS “PALOS POSTES”

                                                                                                           Por Jaime N. Alvarado García

    En mis calles de la infancia, ya no están los “palos postes” que conocí cuando niño. Eran de alerce (¡Sí, de alerce…!) o bien de eucaliptus. A los de alerce se les golpeaba con una maceta dentada que lo agujereaban totalmente, para impregnarlos posteriormente con petróleo quemado, a fin de evitar que se apolillaran. Los de eucaliptus, se “cuarteaban”. Enormes grietas longitudinales que nos servían para
afinar la púa de los trompos.
   Los postes de hoy son de cemento. Fríos, distantes, extraños. Con una dureza de “poco amigos”. Rígidos, sustentan una luminaria que irradia claridad.
  Recuerdo bien los postes de Latorre, desde Porras hasta Riquelme. Me eran familiares, porque me acompañaban en mis diarias idas y venidas a la Escuela 12. A partir de los tres metros, tenían escalines de fierro fundido, que los electricistas trepaban para cambiar las ampolletas… Y que –de yapa- nos sacaban los volantines desde los alambres.
   Tenían una pálida ampolleta –de luz amarillenta- protegida con una pantalla enlozada. Alumbraban tímidamente, pero su luminosidad era suficiente. Los usábamos para contar, cuando jugábamos a las escondidas. O para jugar al “caballito de bronce”. O bien, para escribir las iniciales de la polola, agregándole un corazón y la flecha de Cupido. Sirvieron también a modo de un “vertical”, que con una piedra, conformaban el arco en las pichangas de fútbol callejero. Ese con pelotas de trapo, hechas con medias “Laban” o con un calcetín viejo, relleno con tiras de cualquier tipo.
   Hace unos días tuve el privilegio de recorrer el mismo trayecto que hice mil veces cuando peneca. Llevaba un membrillo en mis manos y me acerqué a uno de los postes, para machucarlo y dejarlo “corcho”, que era como los comíamos cuando niños. No hubo caso: me resistí a hacerlo contra el hormigón de un poste. Simplemente continué caminando, recordando y añorando aquellos “palos poste” que conocí cuando era “cabro chico”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que buen relato para los que tenemos más de 35. Me remonté al pasado. Saludos.

Sergio Rojas
Calama