24 de junio de 2011

EL RANCHO MATADERO

Por Jaime N. Alvarado García
   
  Enclavado en Bellavista, con un balcón que colgaba del desnivel del terreno y permitía mirar la playa de la Poza del Cuadro, se hallaba el “Rancho Matadero”… En dicha playa descargaba sus aguas malolientes el Matadero Municipal, cuyos flujos llegaban al mar, donde había cardúmenes de “lisas”, que en la infancia “garabateábamos” por entretención.
   El “Rancho Matadero” era un punto de encuentro familiar…. Y también de más de alguna cita furtiva. Las familias aparecían los mediodías del domingo. Los amancebados acudían por las noches, cuando el cuerpo –fatigado por juergas y placeres- pedía a gritos “reaprovisionarse” para continuar la francachela. Cercano al pecaminoso barrio ubicado unas cuadras más al sur, el “Rancho Matadero” se transformaba –especialmente en las mañanas de domingo- en el sitio ideal para que hetairas y barraganes “compusieran el cuerpo” en copiosas cuchipandas.
    Recordados fueron sus platos, que la clientela consumía con fruición cuando no se temía al colesterol. Porotos con chunchules, sesos fritos,  “bisteques de hígado con puré” y las parrilladas, eran los más apetecidos. Recuerdo también los “reponedores” caldos de “corte de cabeza”, pintados de verde con abundante cilantro. Las “cazuelas de pata” y los “causeos” de taba, gelatinosos, teñidos de rojo por el generoso aporte
de ají en pasta. Los perniles y los “chupes de guata”, o los “picantes de guata” se disputaban el apetito de los parroquianos. Un par de veces degusté en mi infancia los deliciosos “porotos con cuero de chancho”. Hoy, el médico me daría una feroz reprimenda si le contara que  – a esta edad- he cometido el pecado de darme un gusto con esos privilegios culinarios de ayer. Por supuesto que todo, acompañado naturalmente con esos mostos que llegaban al puerto en pipas o cuarterolas. Los sedientos de domingo en la mañana, se abrevaban con una “Slanger” o con un “arregladito” de vino blanco con papaya, rodajas de limón y trocitos de hielo. Ocasionalmente, “un Cleri”, apagaba esos ardientes fuegos interiores. Para los niños, una “Cherry” o una “Bidú” (¿…precursora chilena de la Coca Cola…?).
    Acomodados y modestos, habitúes u ocasionales, los comensales disfrutaban por igual aquellos ambigúes, cuyos ingredientes estaban “al otro lado de la calle”, señal que garantizaba su plena frescura.
     ¡Orza por ese ayer, sin colesterol ni triglicéridos…!    

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