19 de mayo de 2011

REQUIEM PARA UN FLORIPONDIO

Por Jaime Nelson Alvarado García.
       
Como muchas veces, acudí a la Avenida Brasil a juguetear con Cristóbal, mi nieto. Y como siempre -a riesgo que parezca una locura- saludé al último floripondio que queda en el segundo parque: lo vi deshojado, agonizante, entregado. Creo que me respondió, porque una suave brisa movió sus añosas ramas.
         Recordé esa misma avenida y la Plaza Colón de años ha, pobladas de floripondios, con sus enormes flores, cual gigantescos copihues blancos. Recordé a un par de ancianas que iban a arrancar sus flores secas, con las que hacían cigarrillos. Puchos que -según ellas- les aliviaban del asma bronquial. Siempre dudé que ese humo maloliente sirviera como remedio. Pero ese par de veteranas de la calle “14 de febrero” llegaban religiosamente al encuentro con sus flores sanadoras. Al atardecer (“a la oración” –decían ellas) llegaban a recogerlas. Era la cosecha que les prodigaba un buen dormir y sin ahogos, contaban.
      Busqué –en vano- una de esas “Malvaviscas” rojiblancas, a las que chupábamos el dulzor del tálamo de su cáliz. Tampoco hallé una (Y mi nieto pensó que le mentía…)
        En el parque siguiente traté de encontrar algunos brotes de trébol, cuyos tallos agridulces libábamos, aunque hiciéramos curiosas morisquetas por su acidez. Tampoco los hube. Recogí –a las perdidas- algunos dátiles maduros y compartí el dulzor con el retoño que caminaba de mi mano. Hizo un gesto de desagrado que hallé
lógico: No eran de Mc Donald.
      Recordé los escaños de fierro fundido. Por suerte estaban esos “patos” –balancines de años lejanos”- que los niños miran y no disfrutan, porque más allá se ofrece una batería de juegos inflables.
      De regreso hallé nuevamente al último floripondio. Añoso su tronco, el arbusto acompaña -a la distancia- al monumento que recuerda a Lenka Fránulic. Volví a hablarle, le dije que estaba en buena compañía. Le pedí que resistiera hasta la próxima primavera, porque quiero mostrarle sus flores a mi nieto. Otra brisa movió sus ramas y sus escasas hojas. Al final de mi paseo cotidiano, vi una dama que lanzaba un enorme chorro de agua sobre el césped, chorro que después dirigió hacia el floripondio. Varias de sus ralas hojas fueron arrancadas por la presión del agua.
      Está marcado el destino del último floripondio de la Avenida Brasil.
      ¿Será la de septiembre, su última primavera…?
     

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