La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, lo dice la salsa y aquí sí hubo sorpresa y salsa.
Ocurrió este jueves 15 de marzo, tipín mediodía en la esquina de Ossa con Uribe. Uno de los actores, el semáforo que da el paso a los vehículos y no a los peatones. Lento avanzaba correctamente un jip último modelo de albo color. Un transeúnte de dudosa categoría, choro al ope estaba fuera del límite y el del jip le indicó que él tenía la pasada y estaba en lo correcto. El choro picao, cual púgil golpeó fuertemente el vidrio lateral, seguramente jodiéndose más de algún nudillo. Lo que nunca se imaginó el loco, era que el chofer iba a detener su vehículo y no sólo lo increparía e insultaría, sino que con su adrenalina cargada entró en contacto físico, es decir, combos de por medio. El choro al ope se desconcertó, quedó lelo, paralogizado dirán algún culto. Y golpes iban e iban sobre el choro. Lo que éste nunca dimensionó que el otrora pacífico conductor, sin dudas, tenía instrucción paramilitar, karate y quizás qué otras artes marciales. Al insulto, una llave sobre el cogote del loco, golpes iban e iban, nunca venían y el chorito quedó reducido en el suelo, cuasi llorando y recibiendo la paliza de su vida. Triste y más negra que nunca quedó su polerita de segunda selección y de aquellas de dos por 2.990; al otro ni se le arrugó su camisita Lacoste made in france, legítima, primera selección, pagada en una sola cuota precio contado. Además, era fornido, metro sexual, blanquito, buen champú y demases.
Luego, tras bocinazos y taco mediante, se sentó y siguió conduciendo su golpeadito vehículo. Tras otro minuto el choro al ope trató de pararse, cruzó la calle, hinchadito, machucadito y subióse a una liebre, seguramente pidiendo rebaja al hermanito.
Como en la literatura, fue por lana y volvió más que trasquilado.
Ocurrió este jueves 15 de marzo, tipín mediodía en la esquina de Ossa con Uribe. Uno de los actores, el semáforo que da el paso a los vehículos y no a los peatones. Lento avanzaba correctamente un jip último modelo de albo color. Un transeúnte de dudosa categoría, choro al ope estaba fuera del límite y el del jip le indicó que él tenía la pasada y estaba en lo correcto. El choro picao, cual púgil golpeó fuertemente el vidrio lateral, seguramente jodiéndose más de algún nudillo. Lo que nunca se imaginó el loco, era que el chofer iba a detener su vehículo y no sólo lo increparía e insultaría, sino que con su adrenalina cargada entró en contacto físico, es decir, combos de por medio. El choro al ope se desconcertó, quedó lelo, paralogizado dirán algún culto. Y golpes iban e iban sobre el choro. Lo que éste nunca dimensionó que el otrora pacífico conductor, sin dudas, tenía instrucción paramilitar, karate y quizás qué otras artes marciales. Al insulto, una llave sobre el cogote del loco, golpes iban e iban, nunca venían y el chorito quedó reducido en el suelo, cuasi llorando y recibiendo la paliza de su vida. Triste y más negra que nunca quedó su polerita de segunda selección y de aquellas de dos por 2.990; al otro ni se le arrugó su camisita Lacoste made in france, legítima, primera selección, pagada en una sola cuota precio contado. Además, era fornido, metro sexual, blanquito, buen champú y demases.
Luego, tras bocinazos y taco mediante, se sentó y siguió conduciendo su golpeadito vehículo. Tras otro minuto el choro al ope trató de pararse, cruzó la calle, hinchadito, machucadito y subióse a una liebre, seguramente pidiendo rebaja al hermanito.
Como en la literatura, fue por lana y volvió más que trasquilado.
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