6 de octubre de 2011

EL DON DE “LOS PRISIONEROS”

Por Jaime Nelson Alvarado García.

      San Miguel. Una sala de Clases del Liceo N° 6. Un trío de jóvenes. Un Chile subyugado.
      Ingredientes para un fenómeno que hace brotar los tenues inicios de la rebelión ante las botas opresoras. Es la música, atrincherada en el ritmo atronador del rock, la que comienza a entregar mensajes. Subliminales algunos… Directos los más. Es –a no dudarlo- el estilo de Jorge González, líder del trío juvenil, vetado, prohibido y observado con natural desconfianza por los dolosos personajes de la llamada… ¿Inteligencia militar…?
     Reducidos sus escenarios a lugares recónditos, sus presentaciones reúnen a quienes pierden el miedo a la milicia impune. La mano de Carlos Fonseca hace lo imposible: graban y la juventud chilena de todos los ámbitos, canturrea sus temas, aprende las letras, conoce las partituras y sus acordes para guitarra. Pese a la opresión permanente, a la delación y a la implacable acción de los esbirros y sicarios del tirano, la música de “Los Prisioneros” suena en las caseteras de las micros, en las “discos”.
     Sus temas se cantan, se bailan hasta sudar… Y se gritan sus estribillos, confundiéndose permanentemente con un “Y va a caer…”, que suena tibiamente…
     La llama de San Miguel, es casi una hoguera. El resplandor brilla en todo Chile… Y su calor también. Impulsados por aquellos temas, los adolescentes encuentran refugio a sus razones, a sus inquietudes, sus esperanzas y sus anhelos libertarios. Se pierde el miedo a la tortura, la mano del tirano titubea y
su séquito de serviles mira acobardado el inicio de las protestas contra un régimen sustentado en el asesinato, la desaparición, el desarraigo, el exilio…
    Es la “Voz de los 80”, con mensajes que “vienen con fuerza”. Que se canta en los jardines del “Forestal”, en los cerros de Valparaíso, en los selectos arenales de Reñaca. Se escuchan en Talcahuano, en las cimarras, en los estadios… En los paseos. El Norte los acoge con afecto: el canto de “Los Prisioneros”, no sabe de temores. Y los infunde al pueblo. Las giras –masivas hasta lo impensado- así lo demuestran.
    Esa “Voz de los 80” se hace fuerte en “Pudahuel”… Se refugia en “La Pintana”, en “Lo Hermida”. Permanece –potente y atrevido- en “La Bandera”… Suena en “La Pincoya”… O bien en “Peñalolén”.
   Comienza a generarse un fenómeno social que se hace irreversible. Es la influencia de la música la que ha hecho posible el cambio de actitud. Que hace sentir esas pasión por la libertad que los chilenos profesamos desde la interminable lucha de los mapuches contra los conquistadores. El cambio viene… Está ad portas… ¡Y huele a rock…!
   Pitos más, hierbas menos, el ímpetu no se arredra ante el permanente vociferar del tirano. Pitos más, hierbas menos, la marea crece… Sube la presión. Los que patean piedras se hacen escuchar y mandan consejos a otros, a quienes preguntan “por qué no se van del país”. “El baile de los que sobran” es un himno que enaltece a los chilenos que se quedaron para luchar, sin más herramientas que la razón. Con el tema “Tren al sur”, “Los prisioneros” disparan contra el verdadero atentado del Gobierno Militar, que dejó morir el transporte ferroviario, cuyos usuarios eran –preferentemente- los más pobres.
       A mediados de los ochenta las encuestas no mienten: son populares a rabiar.
       A mediados de los ochenta, las encuestas no mienten: la tiranía tiembla, más no deja de matar. Docentes degollados. Un líder sindical sufre una muerte atroz. Autoridades niegan los hechos, pretendiendo confundir a la opinión pública. Pero no logra tan deleznables fines. El pueblo ha perdido el temor y por las calles, se deja sentir, desafiante, convincente el grito de “Sin miedo… Sin miedo..” Y la música de los muchachos de San Miguel irrumpe en campamentos y tomas: Con “La Voz de los Ochenta” y el “Baile de los que sobran”, la juventud baila y protesta… El canto –transformado en un himno de libertad- se masifica.. Y se mezcla con un desafiante y esperanzador ¡Y va a caer…!. Pero ahora el grito es más potente…
      La justicia, tan servil y pusilánime en los primeros años de la tiranía, comienza a afirmarse los pantalones y aparecen las primeras denuncias. Los tribunales atienden las demandas. Los mismos tribunales –con abogados jóvenes y renovados- escuchan música de “Los Prisioneros”, los canturrean. En sus automóviles, hay jueces que tocan cassettes pirateados con temas como “Muevan las Industrias”. Los “cuicos” del barrio alto, escuchan “Sexo” mientras aguardan la luz del semáforo, golpeando con sus manos el volante de su auto… Cantan en voz baja, mirando a todos lados, por si alguien los escucha y los sorprende. Miles de personas –alguna vez adscritas al PEM y al POJH- entonaron, desafinados pero plenos de certeza, aquellos temas que anunciaban que los cambios vendrían.
    Más allá de lo estrictamente musical, “Los Prisioneros” son los precursores de un movimiento social que bien merece un profundo análisis sociológico. Su discografía influyó grandemente en la conducta de un pueblo avasallado por una tiranía pro-derechista. Sus temas motivaron a la juventud a romper esa pasividad provocada o inducida por el temor. Fueron quienes pusieron “el marco musical” a ese afán de romper cadenas, lo que obligó al militar opresor a buscar una salida. Un plebiscito.
   Otra vez la imagen del trío de San Miguel adquiere perfiles relevantes. Se aproxima la reina de las batallas, en la que algunos emplearán armas mortales. Otros –los más- solo utilizarán un lápiz, herramienta bendita que trasunta saberes. Unos, modelan sus slogan con marchas militares. Para otros –los más- ritmos que llaman a encender la llama libertaria. Y allí “Los Prisioneros” se erigen en símbolo. Es el momento en que el rock se impone al rígido ritmo de las marchas… En que algunos tienen rostros adustos, secos, sombríos. Otros –los más- sonríen, se abrazan, sueñan…
    El diario “La Epoca” titulaba el triunfo con una frase para el bronce… “Le ganamos la batalla con un lápiz…” decía en su portada.
    Los que se quedaron “Pateando piedras”… Aquellos que vieron morir el “Tren al Sur”, vuelven a aparecer en la TV, ámbito de exclusivo dominio de los “pro-facistas”. Pantalla expropiada por los menos… Otros –los más- se refocilan viendo el éxito de un grupo nacido lejos del Barrio Alto. Un trío cuya fama trasciende el macizo Andino y la Línea de la Concordia. 
   Antes de la hoja final, un par de reflexiones.
   Sin saberlo quizás, el nombre “Los prisioneros” reflejaba en su esencia la calidad en que vivían –como personas- los chilenos de los años 80. Y nace entonces esta antinomia, este contrasentido que no necesita análisis muy profundos. “Los Prisioneros” entonaban cantos de libertad. Una invitación a zafarse de esas odiosas y tediosas cadenas, a dejar de lado la cobardía y el desánimo. A desenmascarar a los agentes del gobierno militar, que hacían de las suyas con las vidas de sus connacionales, empleando la prepotencia, el abuso y hasta la usurpación.
    No sigamos siendo “prisioneros” de lo que vimos, supimos y recordamos. Es tiempo de dar a conocer aquellos hechos que formaron parte de nuestra historia… Y que no se pueden perder en el olvido injusto, pues nuestros hijos nos lo demandarán… “Los Prisioneros” nos dejaron su música, sus temas y un enorme legado… Aprendamos la lección que nos dejaron estos jóvenes de San Miguel.   


















2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen texto del Jaime.

Negro

Anónimo dijo...

Que buen texto, como olvidar esa època tan dificil vivida por mis viejos que de alguna manera nos sacaron adelante...
Que grato es leer sus lineas profesor.

Chicotom.