10 de febrero de 2011

Una historia de bronce

Por Jaime Alvarado Gracía

 “Tienes cien años de perdón” –me dijo el maestro Sabella, cuando le conté el curioso pecadillo. La deuda de un combate preliminar, impago por parte del “seudo manager”, motivó mi pecaminosa reacción. En un descuido, hurté la campana del ring, la que se fue en mi bolsón deportivo, cubierta de vendas, toallas y envuelto el badajo en un soquete, para acallar sus tañidos delatores.
         Cuando el tiempo me hizo maestro normalista, la misma campana sirvió para llamar a clases a los niños de escuela del Campamento “Venceremos”, que echamos a correr con un puñado de docentes jóvenes, en las laderas de la Población “Prat B”. “El gong es el mismo: antes llamaba al combate contra tu adversario… Ahora llama a combatir la ignorancia, tu nuevo rival… Tu campana es tañido de saberes…” –comentó don Andrés, en una de las tantas tertulias en el diario.
       El paso de los años trajo mejoras en las escuelas chilenas y desde el Ministerio de Educación, se recibió una nueva campana -bastante más grande y más sonora-  que reemplazó a la pequeñita de los primeros años. Su badajo descansó por un tiempo, hasta que otra vez se hicieron necesarios sus tañidos. Cierta dama –voluntaria
que apoyaba una naciente parroquia- contó que se llamaba a misa a los pacientes golpeando un riel con un fierro, igual que en algunas faenas mineras y obras en construcción. Sobraron las palabras: pronto, la pequeña campana volvió a cumplir su cometido. Fue instalada en el campanario de la parroquia “Cristo Rey”, una pequeña torre con celosías, al sur del cerro El Ancla.
     Corría el año 1992 y ya no estaba don Andrés en esta tierra, para haberle narrado el episodio, aunque adivino su respuesta. Habría sido un grato comentario de su parte. En reemplazo de aquello, las amistades han sido elogiosas en reconocer la trayectoria de dicha campana, que no ha dejado de tañer, aunque con diversos fines. Comenzó por llamar a los púgiles a un combate a trompadas; luego invitó a clases a niños con ansias de aprender,  anunciando –alegre- los reparadores recreos. O sus tañidos de tristeza, en el adiós a los octavos años. Hoy, convoca a los fieles a su encuentro con Dios, quizás en la más bella de sus misiones… La de fe y esperanza en el Hijo del Carpintero de Belén.
     ¡Qué variada trayectoria la de este trozo de bronce fundido… que aún tañe…!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buena crónica. Se parece esuchar la campana de mio escuelita rural de toconao.

Mario Choque.
Iquique