27 de enero de 2011

"El Portal Harding". Por Jaime N. Alvarado García

Como era dable esperar, lo demolieron argumentando que lo hacían en pos del progreso, hace más de treinta años. ¿Dónde están los que nos engañaron? Porque demoler un edificio de perfiles patrimoniales para dar paso a una estación de servicios y que –ahora-  es un simple “peladero”, un sitio eriazo, no es progreso. Una burla más de las tantas que los antofagastinos soportamos con una mansedumbre enfermiza.
   Me refiero al portal “Harding” denominado así en recuerdo del insigne profesional Josías Harding, hombre que se pasó su vida construyendo grandes obras. Un edificio de dos pisos ubicado en la esquina suroriente de Bolívar y Latorre, que enfrentaba al añoso y tradicional “Teatro Latorre”. En el primer piso había una galería comercial, donde destacaban el salón de té “La Chiquita”, “La Nueva Mejillones”, la sastrería “Agreda” y la “Quinta Marín (“El palacio del tallarín”, como rezaba su slogan). En este último local, vi y oí –por vez primera- las quejas de un bandoneón, de cuyos fuelles sacaba melodiosos ritmos porteños el corpulento Atilio Carbone. Una “quinta” para recordar, donde se mezclaban un restorán con una pecaminosa “timba” y una guarida para citas clandestinas. Todo allí mismo, accediendo por la misma puerta.
    Ni hablar de lo que se vivía en el segundo piso del portal, que era un mundo cosmopolita: una caterva de fulanos de reputación dudosa, barraganas, algunas
familias modestas que se apretujaban como en un ergástulo, yacijas incluidas. Allí, la miseria escribía a diario sus páginas más horrendas… Y -como reza la “Apología del tango”- allí fue donde oí a la pobreza “cantar su canción de invierno…”
    En cada uno de sus pilares, un lustrabotas se encargaba de dar brillo a zapatos negros y “bayos”. En la esquina, el almacén “Washington” fiaba provisiones a pescadores, carretoneros y toda clase de mercachifles. El portal sirvió de refugio para hombres de las más variadas calañas. Conocí algunos “muchachones” que más tarde torcieron su vida para seguir por la senda del mal. Unos terminaron sus días en calle Prat arriba, como era de esperar. Otros son –hoy por hoy- laboriosos varones de la tercera edad. El “Portal Harding”, junto a “El Palomar”, del que hablaremos en otra nota, fueron construcciones que quedaron en la memoria colectiva, pese a que la guadaña del progreso los segó sin contemplaciones…

1 comentario:

Anónimo dijo...

En mis años de juventud, conocí el Portal Harding, y es tal cual como se relata aquí. Al frente quedaba el famoso teatro Latorre, junto a varias pensiones que vendían, comida, recuerdo la pensión La Mundial, que perteneció a una tía mía, también estaba la botillería Eterovic. El Jamaica quedaba en la esquina de Latorre con Bolivar. Qué gratos recuerdos