5 de enero de 2011

"ANTOFAGASTA SEDIENTA"

Por Jaime Alvarado Gracía

Terminaba la década del cincuenta y Antofagasta languidecía, tal como lo señala Gamelín en el foxtrox que dedicó a la ciudad. Pleno de cortes, el suministro eléctrico era deplorable. Y el agua de Siloli se hacía cada vez más escasa. Se recurrió a la bocatoma de Toconce y el agua fluyó en cantidades suficientes por un acueducto que cruzó todo el desierto. Como vergonzoso testimonio de intentos anteriores, cientos de kilómetros de tubos de cemento quedaron tirados en la pampa. Fue la aventura de los “tubos centrifugados”, que solo sirvieron después como “maceteros”, cierres perimetrales u otro uso ingenioso.
Claro que el agua de Toconce venía con una sorpresa mortal: arsénico en cantidades letales. Calmar la sed era como ponerse la pistola en la sien. Hubo un silencio cómplice de autoridades y empresarios. Años más tarde ese silencio sería forzado por el
 autoritarismo del régimen. Los muertos y enfermos crónicos no pudieron ser callados.
En esos años el agua se cuidaba como un real tesoro. Tal es así que la ciudad llegó a tener dos tendidos: uno para el agua potable y otro para la red contra incendios. Hasta mediados los años sesenta, el fuego se extinguía con agua de mar. Los bomberos disponían incluso de pozos subterráneos, donde los carros podían surtirse de agua y enviarla al incendio mediante el trabajo de sus turbinas.
La DOS (Dirección de Obras Sanitarias), poseía una captación en Avenida Costanera con Poupin. Desde allí el agua era bombeada a unos estanques inmensos, situados en la Avenida Miramar esquina “21 de Mayo”. Y desde allá -por gravedad- el agua alimentaba la red contra incendios. Sin quererlo, la ciudad evidenciaba una criteriosa conducta para el uso del vital elemento. Sin saberlo, los habitantes de Antofagasta manifestaban una actitud propia de habitantes del desierto, conscientes de dicha condición: donde la diferencia entre la vida y la muerte pasa por “tener o no tener agua”.
Un docente local tuvo la atrevida idea de proponer una red de agua de mar para conectarla a los servicios higiénicos, con un argumento realmente válido ¿Por qué traer agua desde la cordillera, abatir el arsénico, clorarla y finalmente destinarla a evacuar nuestros residuos?... Como era de esperar, lo tildaron de loco y lo acallaron mediante una sostenida campaña de desprestigio.

¡Todo se fue al agua…!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

y ahora como está el arsénico en la ciudad? Lavando imagenes

Mario Céspedes

Anónimo dijo...

0.01 ppm mario, avalado por la OMS...en stgo hay más que acá...en agua desalada es 0

Anónimo dijo...

Estimado "anónimo", organismos internacionales son los que avalan muertes, guerras, y otras largas de detallar, que la OMS de 0.01 ppm no es sinónimo de eternidad. Quien nos saca las manchas de nuestro cuerpo de ese veneno silencioso y eterno.

Sergio Pinto