17 de diciembre de 2010

QUINTAS DE ANTAÑO

Por Jaime N. Alvarado García

        La provisión de verduras siempre fue un desafío para la ciudad. Todo debía venir desde el sur… o del norte: Hortalizas y frutas del sur… Y también del norte. Eran famosos los camiones que llegaban cargados de plátanos desde Arica. Y los huevos blancos, de criaderos ovallinos, eran conocidos como “huevos de vapor”: llegaban a bordo de vapores  -junto con la pacotilla- en los tiempos del cabotaje.
      Pero lechugas, cilantro, perejil, rábanos y flores de noviembre, eran de producción local. Se cosechaban en las “quintas”, dehesas desparramadas por la ciudad toda. Las hubo algunas inmensas, como la quinta “Bennet” y la quinta “Edén”. Esta última cedería sus terrenos para un grupo habitacional que –respetando su origen- no podía tener otro nombre: “Villa Florida”.
     En la población Oriente hubo quintas cuyas “melgas” ofrendaban unos berros exquisitos. Todas aprovechaban el abono acumulado en los corrales, cuando la ciudad
disponía de animales en pié para el beneficio en el Matadero Municipal. Hubo otras en pleno centro de la ciudad, cuya existencia concluyó cuando se desató el boom de la construcción a fines de los sesenta. Muchos de estos agricultores migraron hacia la altiplanicie de la Coviefi, una buena ubicación y un mejor clima…. Hasta que llegaron las casas.
    Muy reconocida fue la quinta existente en el inmenso patio de la “Escuela Hogar”. Allí los alumnos aprendían las primeras armas y los secretos de los cultivos de hortalizas, el manejo de abonos y las modalidades de riego.
    Recuerdo a los quinteros deshilando sacos de yute o cáñamo, para obtener los hilos con los cuales formar los atados. Un trabajo paciente, que concluía con un manojo de hebras atado a la cintura. Se viene a la memoria la quinta de “Colacho”, en la manzana de Valdivia, Huanchaca y Buenos Aires. Punto obligado de adquisición de aliños vegetales, cebollines, rábanos y apio. En las inmediaciones del Hospital hubo otras dos, que se veían desde los pasillos de la Escuela Normal. Todas regaban con “agüita de la llave”.
     Ese ayer tan cercano, quedó sepultado por el hormigón. En terrenos donde brotaba la verdura que complementaba nuestra dieta diaria, viven familias de los nuevos antofagastinos. El uso del suelo -para fines habitacionales- sepultó el esfuerzo de aquellos hombres, que convirtieron estos arenales en fértiles melgas..
   

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