26 de noviembre de 2010

"Las Higueras", por Jaime Alvarado García

Las higueras aparecieron por estos lados hace poco más de ciento cincuenta años. Llegaron con los hombres que vinieron desde el Norte Chico. O bien, las trajeron los nortinos que provenían desde las quebradas de Tarapacá. La cosa es que se hicieron comunes y generosas en su ofrenda. Famosas fueron las pródigas higueras de Mejillones, regadas con agua proveniente de la “Resacadora” ferroviaria.
Y también las de nuestra ciudad. Las hubo en muchas casas. Al igual que tantos otros eucaliptus, fueron sembradas para aprovechar el lugar donde estuvieron los pozos negros, con lo que se aseguraban los nutrientes y el enraizamiento hasta lo profundo del suelo.
Sus frutos, brevas, higos e higos blancos (los menos), siempre apetecidos, formaron parte de nuestros postres “made in” en el patio de la casa. Alguien nos aseguró que
 esa leche que  forma parte de su savia, servía para combatir las verrugas. No recuerdo algún resultado: era más efectivo el nitrato de plata. Lo áspero de las hojas de la higuera, ayudaba a quitar las espinas de las tunas: este sí que era resultado seguro.
Increíble: en caleta Botija hubo una centenaria higuera que estaba a metros del mar y que las bravezas castigaban sin piedad: pero perduró hasta que la mano del hombre sentenció su muerte: hicieron una fogata en la base del tronco, que terminó por quemarla completamente. En el mismo sector costero perduran muchas otras. Escondidas en las quebradas, las hay cerca de El Panul, en Matancillas, Cachinalcito, Caleta Colorada, en el área de Paposo y sus verdes majadas, hoy floridas por ese hermoso fenómeno que pintó de verde el camino costero entre Antofagasta y Taltal. En los alrededores de la otrora famosa “Cuesta de Paposo”, las higueras comparten con perales, membrillos y tunas.
La desaparecida estación “Cerro Moreno” en la vía férrea hacia Mejillones, tuvo un par de higueras cuyos troncos secos aún se ven enhiestos. También las hubo en Coloso y en la estación “Cuevitas”, camino a Baquedano.
Las higueras se aquerenciaron en nuestra región de Antofagasta. Sus verdores, sostenidos por el blanco de su enramado, se arraigaron en patios y otros recintos. En esta tierra de arideces, vale la pena recordar a la uruguaya Juana de Ibarborou, para afirmar sin temores: “Es la higuera el más generoso de los árboles del desierto antofagastino…”



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