4 de noviembre de 2010

LA ESTACIÓN NUEVA ( Por Jaime N. Alvarado García)

Encaramada en una pequeña altiplanicie, con una hermosa vista al mar, se halla aún la Estación Nueva del ferrocarril antofagastino. Fue construida por allá por la década del 20 del siglo pasado, para erradicar el tendido férreo que pasaba por calle Prat y se detenía en la Plaza del Ferrocarril, hoy Plaza Sotomayor.
    Fue el punto álgido del transporte ferroviario, con un notable flujo de trenes. Los internacionales a Salta y a Bolivia eran espectaculares. La combinación del “longino”, que nos llevaba a Iquique o a Calera… El de Mejillones, el mixto a Calama, todos llevaban y traían pasajeros que eran sacados por añosos taxis y por victorias… Los más proletarios bajaban a pie por Latorre. Los niños de esa época
no cuidábamos autos: ganábamos “canchos”, llevando las maletas de los pasajeros a las residenciales cercanas.
    Lugar de citas para pololeos. Refugio para amantes furtivos. Escenario para encuentros de fútbol callejero y recinto de estudio para muchos “Mateos” del barrio. Espaciosos accesos para aprender a andar en bicicleta o para “curar” hilos para jugar al volantín. Los “zainos” ocupaban los mejores postes para dichos menesteres.
    El quiosco de “Doña Inocencia”, -aledaño a la escala principal de acceso- proveía todo aquello que los pasajeros olvidaban: dulces, cigarrillos, bebidas: “Bidú” y “Cherry” entre otras.
    Hoy todo es ayer y la Estación Nueva ni siquiera se puede considerar una ruina. Más que eso: su estado limita con la vergüenza
    El abandono y la desidia ejecutaron su obra a la perfección y ya ni sus paredes se sostienen. Un muro de panderetas impide verla en toda su decadencia, conformando una valla donde se estrellan los recuerdos de tiempos idos. Donde se evoca un esplendor pasado que bien podría traerse al presente si el edificio se remozara y se pusiera en valor de uso. Así ha sucedido en otras ciudades, donde el ferrocarril cerró sus puertas al transporte de pasajeros.
    Y otra vez Antofagasta es la excepción. La ciudad se ha quedado sin su real estación ferroviaria. Sin la “Estación Nueva”, aunque sí se atesora la primera. Pareciera que los convoyes se la llevaron consigo en un viaje sin retorno, con pasajes hacia el olvido y el abandono. Un viaje en el que mucho tiene que ver la voluntad de los hombres de hoy: los que decidieron abandonarla y los que nada hicieron por defenderla.
   

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias señor Alvarado por tan linda crónica. Me llevó a mi niñez.

María Cespedes. Calama

Antonio Ljubetic dijo...

Muchas gracias a Jaime Alvarado quien representa el sentir de muchos. Hay un proyecto que duerme y que merece despertar. Ojala que lo veamos. Que buena descripcion de lo que fue y una esperanza para lo que sera... ojala pronto.
Gracias Jaime Alvarado !!!