Al regresar, una vez más, a Antofagasta, fui a saludar a viejos amigos. Simple urbanidad, dirán. Sí, es lo correcto, pues en tan humilde acto damos lo único invaluable que iguala a las personas: el afecto. Dos o tres apretones de manos y algún abrazo, crearon grato y acogedor ambiente.
Discreto, casi como pidiendo disculpas, Miguel puso en mis manos su libro, en reedición artesanal, “El herrero y su noche”. ¿Habrá más noble gesto que el de un autor obsequiando una de sus obras? Aún no terminaba este pensamiento y ya surgía la comparación entre nuestra ciudad y aquella que se fue con el siglo y el milenio. Mito y realidad, esplendor y miseria siguen confundiéndose en esta urbe.
“El herrero y su noche” es de 1972 y vale afirmar que supera la reciente etapa de la historia nacional. La supera con la dignidad de la buena
poesía que si antaño gustó, hoy nos sorprende por la intensidad y limpidez de los sentimientos que allí se pusieron en juego de poema en poema. Su autor, entonces, era un joven treintañero: “Convenientemente sumiso, pero sí, conservando en mi ser una flor roja de rebeldía.”
Las páginas de este texto, una auténtica artesanía, crean un efecto óptico de dos planos. El primero corresponde al poema; el segundo es el de un texto impreso que, en este caso, contribuye al realce del poema. Casi como para creer –digo yo— que la buena poesía semánticamente se impone al normal contexto del lenguaje comunicacional.
“El herrero y su noche” tiene, a mucha honra, un magnífico “Prólogo” de Andrés Sabella. Prólogo de ideas para quienes se vinculan con la poesía en un entorno de inteligentes reflexiones.
En todo oficio hay un hacer específico, pero ese hacer es movido por una única voluntad que lo dignifica. Miguel Morales, poeta, en su libro sólo ofrece fragmentos de vida. Poemas, que espiritualmente se asocian y deleitan con sucesos que realzan la existencia de seres que, más temprano que tarde, se convierten en amigos inseparables, aunque estén en silencio, pues con él parecen decir “cuenten conmigo”. Frente a la habitual adversidad e infortunios, ¿no consideraría atinada esta sugerencia?: “Giro en mí mismo, sacudo la ceniza de mi leño, / descubro nuevos pozos de bonanzas, / ante el solar de ayer restauro mi balanza / y me fundo en la aurora, desnudo, azul, risueño.” ¿Para qué más?
Discreto, casi como pidiendo disculpas, Miguel puso en mis manos su libro, en reedición artesanal, “El herrero y su noche”. ¿Habrá más noble gesto que el de un autor obsequiando una de sus obras? Aún no terminaba este pensamiento y ya surgía la comparación entre nuestra ciudad y aquella que se fue con el siglo y el milenio. Mito y realidad, esplendor y miseria siguen confundiéndose en esta urbe.
“El herrero y su noche” es de 1972 y vale afirmar que supera la reciente etapa de la historia nacional. La supera con la dignidad de la buena
poesía que si antaño gustó, hoy nos sorprende por la intensidad y limpidez de los sentimientos que allí se pusieron en juego de poema en poema. Su autor, entonces, era un joven treintañero: “Convenientemente sumiso, pero sí, conservando en mi ser una flor roja de rebeldía.”
Las páginas de este texto, una auténtica artesanía, crean un efecto óptico de dos planos. El primero corresponde al poema; el segundo es el de un texto impreso que, en este caso, contribuye al realce del poema. Casi como para creer –digo yo— que la buena poesía semánticamente se impone al normal contexto del lenguaje comunicacional.
“El herrero y su noche” tiene, a mucha honra, un magnífico “Prólogo” de Andrés Sabella. Prólogo de ideas para quienes se vinculan con la poesía en un entorno de inteligentes reflexiones.
En todo oficio hay un hacer específico, pero ese hacer es movido por una única voluntad que lo dignifica. Miguel Morales, poeta, en su libro sólo ofrece fragmentos de vida. Poemas, que espiritualmente se asocian y deleitan con sucesos que realzan la existencia de seres que, más temprano que tarde, se convierten en amigos inseparables, aunque estén en silencio, pues con él parecen decir “cuenten conmigo”. Frente a la habitual adversidad e infortunios, ¿no consideraría atinada esta sugerencia?: “Giro en mí mismo, sacudo la ceniza de mi leño, / descubro nuevos pozos de bonanzas, / ante el solar de ayer restauro mi balanza / y me fundo en la aurora, desnudo, azul, risueño.” ¿Para qué más?
3 comentarios:
Genial. El otro día lo compré. Un lujo tenerlo en mi poder.
Mario Cespedes
Si lo dice, tan bien dicho, Don Osvaldo Maya...es así. Por favor guárdenme un ejemplar.
Grande el mestro Morales.
Tambien me rendí ante sus braberias don Miguel
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