31 de octubre de 2010

Domingo. (Por Eugenio Prado)

Desde pequeño se me enseñó que los domingos eran sagrados. Levantarse un poco más tarde de lo normal, comprar algún diario para leer, una empanadita, otear algo de la TV y seguir echado. Eso, hasta hace cierto domingo.
Descarnados gritos me despiertan a eso de las nueve de la mañana. Un “¡arrepiéntete pecador!” a todo pulmón me obliga a abrir los ojos aquel funesto día. Un gordinflón predicador espanta mi plácido descanso. Quiere darme a conocer "la palabra" a excusa de mis supuestos pecados, mas renace mi rebeldía dominical. Siento un profundo respeto por quienes profesan una religión o son cercanos a sectas inocuas. No sé qué pecados habrá cometido él para venir a hacerme parte de sus sufrimientos. No puedo pagar por los pecados de otros. Allá ellos.
Mis “pecados” nocturnos habían sido beber dos copas de vino, releer Gracia y el forastero y matar una mosca que desviaba mi concentración. Igual trato de seguir con mi mañanera tranquilidad e insisto en dormir. A las diez aparece otro dominical despertador, el carro del pescado y su tradicional grito de "pescao jureles", a éste lo perdono, a su producto le saco la espina, lo mastico y lo trago. Al otro no. Más tarde mi vecino prendería su equipo con un hermoso tema de Freddy Mercury, Made in Heaven, y a lo lejos escucho el ulular de las sirenas de emergencia, junto al tintineo del carrito del gas. Ya no está esa tranquilidad de los domingos. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

A mi masó alg parecido. Buena.

Mario Anaquena