22 de enero de 2012

¿QUE TE PASÓ, ROTO?

El héroe de ayer, hoy ignorado. 

¿QUE TE PASÓ, ROTO?

Inmerecido olvido de la gesta de Yungay y de sus actores,
los vencedores aquellos claman para que el himno que
canta a sus glorias, vuelva a escucharse en todo Chile.

Por Jaime Nelson Alvarado García

     Chile es un país con escasa memoria. Ha quedado comprobado por enésima vez. Claro: esos “rotos” de antes, son hoy los “tigres de Sudamérica” y los chilenos de hoy se avergüenzan de aquel personaje que nos legó una tradición de victorias y de entereza a toda prueba. Olvidan –tal vez- que nuestra raza tiene sus orígenes en aquellos bravos, que en prueba de generoso coraje, se desparramaron por el territorio llevando y sembrando la chilenidad por doquier.
     Hablo de los “rotos”, conocidos así –según algunos- porque los hombres de Almagro que regresaron al Perú, lo hicieron vestidos con sus últimos harapos, andrajosos y lastimados, después del descubrimiento del territorio de Chile y el escaso oro que pudieron hallar. Entonces, los hispanos que permanecieron en Lima con Francisco  Pizarro, los denominaron despectivamente como “los rotos de Chile”.
    Pero hay también otra interpretación, que se liga con la voz “rotu”, del mapudungún. Se afirma que con este vocablo se identificaba el corte de pelo que se hacía a los jóvenes, que estaban maduros y en edad de combatir contra las huestes ibéricas.
    Sea como fuere, el “Roto Chileno” ha permanecido injustamente olvidado en estos últimos treinta años. Vanagloriados por algunos éxitos económicos del país, los “tigres de Sudamérica” hemos montado en el corcel de la soberbia y solo
somos capaces de mirar hacia adelante, convencidos que el futuro será nuestro. Sin embargo los logros que vendrán tienen el sólido sustento de nuestra historia y de nuestro épico pasado: Y en ese pasado pleno de glorias, el personaje principal es “El Roto Chileno”.
     “Cantemos la gloria/del triunfo marcial/que el pueblo chileno/obtuvo en Yungay/” –cantábamos ufanos, plenos de orgullo y a voz en cuello, en los actos matinales de las lejanas escuelas primarias. Con nuestras voces de niño, rendíamos un merecido tributo a aquellos guapos chilenos del Siglo IXX, que se hicieron calicheros o arrieros, mineros o pescadores, soldados o marineros, marítimos o pastores. Tipos de agallas, como lo representa Virgilio Arias en ese olvidado monumento santiaguino, donde luce a torso desnudo, con un fusil con el que defendió el tricolor hasta la muerte… si era necesario.
    “Del rápido Santa/pisando la arena/ la hueste chilena/se marcha a la lid…”
    Hasta una prueba atlética se hacía en su homenaje. Por todo Chile se desperdigaban los pedestristas, corriendo “La Maratón del Roto Chileno”. Alguna vez vi en Copiapó una carrera en honor a los vencedores de Yungay: muchos atletas, sin camisa, llevaban pintado en sus torsos desnudos el número que los identificaba como participantes en la prueba… ¡Vaya “rotos” corajudos…! ¡Vaya rotos de buena ley…!
    “Ligera la planta/ Serena la frente/ Pretende impaciente/ Triunfar o morir…”
      Zapiola escribió los versos en homenaje a los bravos de Manuel Bulnes, que derrumbaron las fuerzas del protector peruano Andrés de Santa Cruz. Chilenos de todos los pelajes, entonamos los ritmos marciales por muchísimos años. Hasta que nos convertimos en “los ingleses de América Latina”.
      Y del “roto” chileno, nunca más se supo.
    “Su sangre vertida/te da la victoria/su sangre, a tu gloria/da un brillo inmortal…”
    ¿Qué pasó con nuestro “roto”, entonces?
     En estos avatares y tropezones entre pasado y presente, el vocablo fue empleado para denominar a aquellas personas carentes de tino, sin respeto, mal educados. En otras palabras, al “roto” se le asoció con los niveles más bajos de nuestra feble estructura social. Y en ese tumulto, nuestro “roto” fue llevado a los umbrales sórdidos de la bajeza, del pobrerío. Así el “roto” -héroe de ayer- hoy es el “roto” mala persona. Incluso se liga al “roto” con el personaje grosero, con un tipo ordinario… Y al simple acto de cometer un desatino, se le llama “rotería”.
    Así –sin más ni más- los chilenos fuimos degradando la imagen del “roto chileno”. Y ese heroico actor de los años duros del siglo IXX, cuando comenzaba a forjarse la estirpe chilena, hoy no es más que un personaje poco menos que deleznable. La guinda sobre la torta la pusieron las arribistas castas actuales, que volcaron sus afanes para posicionar al “roto chileno” como “lo último” de la sociedad chilena.
   Sin embargo, pese a todo y porque aún recuerdo los versos de Zapiola, soy capaz de tararear pletórico de orgullo por aquellos, mis antepasados…
    “Desciende Nicea/trayendo festiva/tejida en oliva/la palma triunfal…
     Con ella se vea/ceñida la frente/del héroe valiente/del héroe sin par…”

    Y mientras termino de barrer las hojas en el patio, tomo la escoba –remedando que es un fusil- y le grito a mi nieto, que me mira con asombro…
    ¡Viva Chile…! ¡Vivan por siempre, aquellos “rotos chilenos!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen análisis de la realidad. Saludos
desde California.

Bernardo García.

Anónimo dijo...

Estas clases magistrales que nos otorga Jaime Alvarado hay que leerlas por lo menos 3 veces, para saber la grandeza que lleva adentro, siga Maestro deleitandonos y recordandonos nuestra historia que va camino al olvido si no encontramos gente como usted.